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domingo, 30 de diciembre de 2012

El Condor pasa - Cierre de año


Teníamos que cerrar el año corriendo. Teníamos que hacerlo en un lugar distinto, pero al mismo tiempo tomar revancha de aquella corrida de pleno invierno con 12 grados bajo cero que quedó trunca por exceso de nieve sobre la ruta. Teníamos que hacerlo juntos, como en los distintos desafíos del año.
 
Partimos del puesto del Portinari donde los gendarmes nos miran de manera incrédula cuando le decimos con una sonrisa de oreja a oreja que vamos a salir a correr cuesta arriba unos 10 km para hacer un total de 20 km. El lugar es inmenso, majestuoso e increíblemente limpio. Lejos del hielo y las nieves que cubren todo en el duro invierno, el camino está alfombrado de unas flores azulinas y amarillas que perfuman intensamente el paisaje. No importa cuantas veces vengas a este lugar, siempre te sorprende.

Durante los primeros 4 kilómetros, nos encontramos con algunos pescadores solitarios, intentando sacar algunas truchas del arroyo que acompaña el camino hasta el pie del Portillo Argentino, arroyo que nos sirve para refrescarnos en las paradas de hidratación.
 
El trayecto te asombra a cada paso y se dibuja un nuevo paisaje curva tras curva y las piernas te empiezan a pedir una tregua cuando llevás 8 kilómetros subiendo sin parar. Entonces es cuando descubrís que todo tiene una vuelta más. De pronto por arriba de tu cabeza a no más de 4 metros pasa volando un cóndor y te emocionás como un niño y no terminás de verlo y ves que empiezan a carretear desde un costado del camino dos, tres, cinco, 20 de estos magníficos animales y no sabés para donde mirar, para donde apuntar el bendito blackberry con su cámara rudimentaria para inmortalizar el momento.

Cuando te das cuenta, ya pasaron todos y vos sólo atinás a hacer un disparo de rutina, deseando poder inmortalizar un instante. No sé si alguien alguna vez ha podido sacar una foto con tantos cóndores volando juntos en libertad. En mi foto se pueden ver 9 cóndores, bajando hacia el valle de Tunuyán, creo que en total habremos visto algo más de 30. Impresionante.

Un par de kilómetros más arriba, llegando casi a los 11 km total de subida, nos damos por satisfechos. Hemos pasado el último refugio antes de confluencia y tomamos como hito a superar para la próxima, el monolito de la tumba del polaco, recordando que a la montaña se la disfruta y respeta y agradeciendo los regalos que obtuvimos este día.
 
Bajamos a otro ritmo, los pulmones limpios, la cabeza fresca y el alma tranquila, pero todos pensando en la vuelta otro día y duplicar la distancia, llegar al Portillo y disfrutar ahí mismo una buena comida con amigos.

domingo, 16 de diciembre de 2012

¿Te puedo robar un minuto?

Tengo el hábito de realizar todos los pagos de impuestos y servicios por algún sistema de banca electrónica por dos simples razones: No me gustan perder tiempo haciendo colas y no me gusta autorizar que debiten de mi cuenta bancaria o tarjeta de crédito importe alguno. 
Sin embargo, hay un par de servicios que por alguna razón no me acepta el pago electrónico, por lo que lamentablemente tengo que ir sí o sí a un banco en donde no tengo cuenta a realizar el pago por boca de caja o cajero humano.  
Hace una semana fui justamente a esto a un centro comercial a realizar los pagos el día de vencimiento y cuando llegué la cola estaba a unos 25 metros de la caja. Claramente, tampoco me gusta pagar las cosas con retraso, por lo que me resigné a esperar mi turno y me puse a calcular el valor del tiempo que estaba perdiendo. 
Invito a que haga lo mismo para que tome conciencia cada vez que hace una cola bancaria que podría evitar. El cálculo es el siguiente: 
Partiendo de que el año tiene por lo general 365 días, esto implica unas 52 semanas y un día. Si no trabaja sábados y domingos, hay 104 días no laborables quedando sólo 261 días. Ahora bien, en Argentina en el 2013 habrán unos 20 días no laborables y Mendoza suma uno más (Sea en el sector que se desempeñe, tal vez usted tenga el día del municipio, gremio, santo, credo o batalla) por lo que voy a tomar directamente 240 días laborables al año. En definitiva, y en base a una jornada legal de 8 horas laborables pagadas al 100%, el año tiene un total de 1920 laborables o bien 115.200 minutos. Volviendo un poco para atrás y generalizando un poco, en un mes promedio, hay 9.600 minutos de trabajo. 
Después de sacar estas cuenta con mi Smartphone en la cola y como aún no me tocaba el turno, decidí agregarle al cálculo un refinamiento extra, ya que no es lo mismo perder un minuto de mi tiempo, que un minuto de un jubilado, un menor o tal vez una persona similar a mí pero que le importe menos disfrutar su tiempo de ocio. Para lo cual le asigne a una matriz de ocio los siguientes valores: 
 
Valor
Muy baja0,25
Baja0,50
Media1,00
Alta2,00
Muy alta4,00
 
Con esto, se puede corregir el valor del tiempo perdido de la siguiente manera: Si a una persona cualquiera, digamos Juan, no le importa perder un minuto de su tiempo de ocio haciendo cola, le asigna un valor de 0,25 mientras que a otra persona Pedro, que se encuentra en la otra punta de la escala de valoración del ocio cada minuto de tiempo perdido en la cola lo pondera en 4. Asimismo, dependiendo de qué actividad este realizando, las ponderaciones pueden cambiar. Como ejemplo, cuando estoy esperando en el consultorio del médico estoy más dispuesto a perder un minuto de ocio que cuando estoy haciendo la cola del banco, porque considero que ese minuto está mejor invertido que éste. 
 
Por último y para cerrar el tema, sólo restan dos variables fundamentales: la primera, es conocer el ingreso neto de cada persona que está haciendo la cola; la segunda, es conocer la cantidad de tiempo que ha perdido para pagar los servicios e impuestos en el banco. 
 
Si asigno un valor cercano al del salario mínimo en Argentina, por ejemplo de $3000 y que la persona estuvo en la cola una media hora, podemos calcular tanto el valor por minuto perdido como por el total del tiempo de ocio perdido de la siguiente forma: 
 
Valor del tiempo perdido = Valor del ocio x Ingreso Neto x Tiempo perdido / Tiempo del mes
En el caso de Juan:
Valor del tiempo perdido=0,25 x $3.000 x 30 minutos / 9.600 minutos = $2,34
 En el caso de Pedro:
 
Valor del tiempo perdido=4,00 x $3.000 x 30 minutos / 9.600 minutos = $37,50
En mi caso, perdí exactamente 78 minutos de mi ocio.

domingo, 9 de diciembre de 2012

El último deseo de Enrique




El día 12 de agosto de 2012, falleció Enrique Tittarelli, tal vez la persona que más sabía de aceite de oliva de Argentina. Desde ese día, he escrito y borrado líneas, tal vez sabiendo que todo lo que yo pudiera escribir sobre él me resultara insuficiente, tal vez, porque a veces a las personas nos cueste un poco más expresar con las palabras correctas los conceptos que tenemos para con aquellas que aprendemos a querer en poco tiempo y de pronto ya no las tenemos con nosotros.

Hoy, mientras revisaba el correo no deseado, encontré un mail de una amiga direccionando a una nota sobre Enrique y donde me pedía que escribiera al fin un post sobre esta gran persona, haciendo referencia a sus sentimientos encontrados sobre la reciente publicación del libro "La familia Tittarelli y la olivicultura argentina", libro que Enrique no pudo ver publicado.

Conocí a Don Enrique Tittarelli y a Rosa, su compañera de vida en una de las tantas visitas a empresas que hacía regularmente. Fuimos a su finca de Rivadavia y nos recibieron con unos mates y tostadas en una casa de campo que tiene todo lo que uno puede imaginar que tenga una casa de campo. Desde aromáticas colgando del techo, hasta una cocina a leña, pasando por un humidificador para los puros que fabricaba Enrique y que Rosa le prohibía fumar, o bien cientos de artículos antiguos que hoy sólo se ven en casas de coleccionistas y que en esa casa no formaban parte de un decorado chic, sino más bien, hacían a la esencia misma del lugar.

En una agenda de visitas donde entre empresa y empresa teníamos unos 40 minutos de viaje y escuchábamos y conversábamos con las personas para ver desde nuestro trabajo en qué cosas los podíamos ayudar o asesorar, la reunión con Tittarelli detuvo todos los relojes y luego de más de dos horas, donde me mostró desde el vivero y los olivos plantados por él, hasta su mini planta aceitera, sólo pude irme con la promesa a mí mismo de volver con más tiempo apenas pudiera.

Así fue como a lo largo del tiempo, cada vez que iba a la zona Este, buscaba un pretexto para pasar al menos a saludarlo, comprarle unas botellas de aceite, compartir algún vino tinto y tratar de convencerlo de que en su libro tenía que volcar los resultados que había obtenido todos estos años en su cata anual de aceites de oliva que hacía con sus alumnos del panel de cata. Enrique nunca quiso dar a conocer la información, porque no quería perjudicar a aquellas marcas que según la cata, daban aceites lampantes y que varios, como yo, se sorprenderían por ver la posición que ocupaban año tras año.

Una de las últimas veces que fui a visitarlo, estaba muy débil pero igual seguía haciendo planes a futuro. Con mucho dolor, le tuve que decir que no había encontrado forma de ayudarlo con la publicación del libro. Al final, fue Enrique quien terminó consolándome porque yo no le tenía respuestas. Ese día me fui llorando de impotencia y dolor. Sabía que lo más seguro es que ya no volvería a verlo.

Enrique plantó varios árboles, muchos de ellos hace tiempo que dan frutos; enseñó a todos los que quisieran escucharlo a hacer aceite de oliva para hacer cada día más y mejores productos. Ver el libro “La familia Tittarelli y la olivicultura Argentina” publicado, es ver el último deseo de Enrique realizado y puede descansar con la tranquilidad del deber cumplido. Ojalá algún día pueda hacer lo mismo.