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jueves, 9 de agosto de 2012

8 de agosto de 1998. Eternamente gracias.

Desde hace 14 años, el 8 de agosto es para mí una fecha muy importante, tanto como un segundo cumpleaños; o para decir mejor, es más importante que mi primer cumpleaños.
Por una de esas cosas extrañas de la vida, el 20 de julio de 1998 no pudimos juntarnos con los amigos de siempre, esos de los asados de los jueves para festejar el día del amigo, por eso, decidimos hacer un asado al mediodía en una  finca en Tunuyán, y partimos varios autos, yo en mi Fiat Vivace con Alfonso. Llegando a la ciudad de Tunuyán, (cuya doble vía creo que estaba hace 14 años casi casi habilitada hasta el mismo lugar que hoy), se abrió un VW Gol de frente para pasar una camioneta y no alcancé a maniobrar, lo que ocasionó un choque frontal que no sólo destruyó mi auto por completo, sino que también me ocasionó quebraduras expuestas múltiples en mi pierna izquierda (fémur en dos partes literalmente, cabeza de tibia) y quebraduras menores y raspones varios en el resto del cuerpo.
No puedo dejar de acordarme de ese día, al menos a partir del momento del impacto: el ruido, el golpe seco, los vidrios picándome en la cara, la tierra y piedritas en la boca, la pierna que me ardía por los cortes y Alfonso mirándome, frotándose la frente con el ceño fruncido y preguntando “Que pasó, Marcos?”, “Chocamos” le dije. De allí, la odisea de salir del auto, la gente corriendo, mi pierna anclada en el embrague, giro, me agarra mi amigo de atrás y me saca, yo agarrando mi pierna, más manos que me agarran, me sientan al costado de la ruta, 1000 ojos clavados en mi, no siento la cara, no siento las piernas, “paralítico” pienso, siento gritos, no se si son los míos, me voy, pienso en mi esposa, mi hija en su vientre, no veo, me quedo ciego, pienso en todo lo que hice y lo que no, maldigo, me arrepiento de todos mis pecados, me desvanezco, Alfonso me pega cachetadas pero yo no las siento, “hasta acá llegaste, changos”.
De pronto, despierto, sirenas, llegó la caballería. Esa es la sensación, como las viejas películas del oeste, cuando 15000 siuxs tenían rodeado a un convoy de carretas y llegaba la montada a salvarlos. Bueno, lo mismo sentí yo en ese momento.
Lo demás es más fácil, me hacen una buena costura en la cabeza, Andrés se desmaya mientras me pasa el teléfono para hablar con mi esposa, me suben a una ambulancia con Alfonso que me va tapando la pierna en el viaje a Mendoza y cada tanto tiene que inflar la férula y mientras sale un chorrito de sangre que lo mancha, llegar al primer hospital y se acaban las risas cuando veo el cartel de terapia intensiva. Dos minutos, dos horas, dos vidas allí, me levantan, me mueven, me duele, me dejan, me sacan y me dicen que me cambian de hospital, me quiebro y lloro, y como lloro, desconsolado, no doy más, me duele el alma, no el cuerpo. Llego al segundo hospital y le digo al médico “cortame la pierna”, “estás loco!” me dice, no es para tanto, no importa, yo estaba gratis. 5 horas más tarde y una buena cantidad de morfina encina, me llevan a mi cuarto, el 201 del Hospital Italiano de Mendoza, mi hogar de los próximos 25 días.
En esos 25 días postrado en una cama de hospital, transformamos entre familia y amigos el lugar en un hogar. Turnos para acompañarme, sesiones de estudios, curaciones, papagayos y chatas, yo tirado en la cama mientras mi mundo se movía alrededor con total naturalidad, haciendo muy llevadero y hasta divertido todo el tiempo. Nunca estuve sólo, nunca me sentí sólo, siempre estuve con gente querida al lado, leyendo cuentos, comiendo, jugando al truco, rompiendo y tocando todo lo que había como el guante de látex de la tracción, o la bomba que suministraba la morfina, o lo que fuera. Incluso fumándome al lado. Sí, yo con un tanque de oxígeno pegado a la cama y los tipos fumando a 2 metros.
Después estuve un poco más de 9 meses para apoyar el pie izquierdo y algo más para empezar a caminar. Meses de rehabilitación, de amigos estudiando en casa, asados y muletas.  De todo esto me acuerdo todos los días, pero en especial los 8 de agosto y siempre pienso que es el último año que voy a escribir algo sobre esto, pero vuelvo y recuerdo y escribo.
Sólo eso. Gracias de nuevo a los que estuvieron en ese momento, eternamente gracias.