He tenido la suerte de ir a Sudáfrica un par de veces. La
primera fue a Ciudad del Cabo, unos meses antes de que se jugara la final de la
copa del mundo en 2010. Sin dudas, una de las ciudades más bellas y mágicas que
he visitado y de la que quedé absolutamente enamorado. Ciudad del Cabo es
bastante occidental y colorida, a pesar de lo cual posee fuertes rastros de lo que fue el Apartheid por
todos lados. Claramente, el icono ineludible es Robben Island, la isla prisión
donde pasó gran parte de su vida Nelson Mandela; aunque también está el balcón
desde el cual Mandela se dirigió al mundo el día de su liberación, transmisión
que recuerdo haber visto en vivo en casa de mi padre en el año 1990.
Sin embargo, creo que uno no conoce lo que es realmente
Sudáfrica si no ha ido a Johannesburg y el mayor golpe de la realidad e
historia de Sudáfrica te llega si le prestas un poco de atención a la visita
obligada a la casa – museo de Mandela en Soweto (South West Town).
En noviembre de 2010, trece meses más tarde de mi primera
visita, visitamos Soweto y nos advirtieron que el lugar era poco seguro. En
realidad, cualquiera que conozca más o menos una barriada de cualquier ciudad
de Argentina, no tiene de qué asombrarse al caminar por esas calles. La
particularidad del barrio donde está el museo de Mandela, es que a escasos 150
metros calle abajo, está la casa de Desmond Tutu, también galardonado con el Premio
Nobel de la Paz. La calle Vilakazi es la única calle del mundo en la que han
vivido dos premios Nobel, al menos hasta ahora.
Con un poco de atención y caminando calle arriba, es donde se
sacó la foto que muestra a Hector Pieterson agonizando en brazos de otro
estudiante y con su hermana al lado, durante el levantamiento estudiantil del
16 de junio de 1976, originado en la negativa de los estudiantes de someterse
al dictado de clases en afrikaans, en el cual murieron otros 565 niños. Es
decir, en 500 metros, hay prácticamente más historia de la Sudáfrica moderna
que en el resto de Johannesburg.
Caminar por esas calles y entrar luego al museo de Mandela es
algo muy intenso. Si bien la casa ha sido reconstruida en gran parte, aún se
pueden ver las marcas de balas en las paredes o las manchas oscuras ocasionadas
por las bombas molotov alguna vez arrojadas en atentados contra la familia del
líder sudafricano. En el interior hay libros, botas, fotos y escenas cotidianas
de la vida de Mandela por aquellos tiempos.
El día que nos tocó ir fue fundamentalmente gris, con una
fina lluvia; a esta altura, era imposible no sentir angustia mientras el guía
nos relata las circunstancias de entonces. Leo las paredes con frases de Mandela
y su esposa: "the wife of a freedom fighter is often a widow, even when her
husband is not in prision", como no llorar, como no me van a temblar las
manos. De pronto entran a la casa un grupo de anchas mujeres
africanas, nos miramos mutuamente, todos tenemos lágrimas en los ojos y en el
fondo suena “Nkosi Sikelel´iAfrica”.
Se me termina de estrujar el corazón y salgo afuera de la
casa, donde me pongo a conversar con un niño del cual no recuerdo el nombre,
pero me cuenta que vive en el barrio, que va a la escuela y ya no sé qué más. No
pude abstraerme de pensar en la vida que han tenido aquellas personas que han
defendido siempre, sean cuales sean las circunstancias sus ideales y han sido
fieles a su país y su gente.
Nunca dejo de admirar tu experiencia y cuánto aprovechás cada momento que vivís...gracias por compartir con nosotros estas palabras.
ResponderEliminarExcelente post.